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Ecos

Caja de cerillas (1)

14 julio 2006

Se le caía continuamente la camisa, que usaba como trapo, al suelo, no recordaba nada mientras no podía detener la risa insana, sacada de un matadero, producida al creer ver el suelo y estar colgado en el techo de la habitación mientras escuchaba la voz de un niño llorar. Uno de los primeros efectos eran las desinhibiciones controladas, ya había pasado por esa corta etapa, ahora requería de dosis que le provocaran alucinaciones, estas a través de las varias inhalaciones eran más oscuras, las risas se convertían en llantos, los llantos en angustia, la angustia en miedo y éste en pánico que producía una agudeza de los sentidos del ser humano superior que propiciaban situaciones incontrolables.

Se despertó otra vez, de golpe, con un frío sudor en el cuello, en la frente, en el pecho, cerro la mano para aseverarse que no tenía en su poder la camisa, respiró de forma profunda y empezó a toser a causa del olor, era nauseabundo, pese a la costumbre que se le podía tener, no se despojaba de esa característica. Giro la cabeza levemente y sumamente despacio hacia su lado derecho, cada centímetro le recordaba lo que había sucedido, levantó lo parpados lo preciso para poder tener una imagen, vio la botella a su lado, a la altura de su pecho, transparente, sin etiquetas, de plástico duro. Sonrió, le dolió, pero no se le escapaba que aquel maldito veneno era legal, sacado de una farmacia, aunque él para evitar suspicacias y miradas dañinas no repetía tres veces seguidas el lugar de la cruz verde. Se acomodó sobre la almohada sin la ayuda de sus manos, escuchó los pasos provenientes de los vecinos que usaban su techo como suelo y dedujo que serían más de las once, solo a partir de esa hora había presencia en el piso de arriba, era cuestión de horarios, de trabajo.

Tuvo la necesidad de sentirse vivo, movió los dedos de los pies, primero rozándose entre ellos, luego jugando con la sabana de la vieja cama. Se volvió a dormir, a pesar del ruido proveniente de la calle, los tacones dejaron de anunciarse, ya no los necesitaban allá arriba. Tras veinte minutos escasos se despertó, sintió entonces que su vientre pedía comida y su garganta bebida, se incorporó, permaneció sentado en la cama, mirando al suelo, durante varios segundos eternos. Volvió su mirada rápidamente hacia la pared de enfrente de la cama, eran las once y media, se acordó entonces del calor, percibió de nuevo el olor, y se encaminó hacia la ducha, el lavabo era pequeño, un plato de ducha de no más de un metro cuadrado, adherido a él una mampara que chirriaba cada vez que era usada para abrirse, en la pared una especie de estante colgado en el que habían los utensilios característicos. Se despojó de la ropa interior inferior que fue a parar a una esquina, no vestía nada más para dormir, mientras dejaba caer el agua fría por su cuerpo recordaba que tenía que visitar a su mujer a la cárcel el viernes, era miércoles, le vino bien lo de anoche pensó, así tendría dos días para recuperarse y llegar con un aspecto decente a la prisión.

Mientras se secaba con rápidos movimientos la espalda, sonó el teléfono, buscó las sandalias y salió en su búsqueda, no estaba en su lugar habitual, recordó que anoche, de madrugada, lo cogió, busco alrededor de la cama, los intermitentes sonidos se hacían insoportables, al sexto, dejo de sonar. Siguió buscando hasta encontrarlo debajo de la mesita de noche, lo dejó encima de ésta, recargándolo, conectado a la corriente. Abrió el armario donde se hallaba la poca ropa que había en aquella casa, cogió sin mirar una camiseta negra con publicidad de una conocida marca de ginebra, unos pantalones playeros, la cartera vacía de candela, las llaves y se puso las gafas de vista.

Cuando salió, le vino el trasiego de sus vecinos, los de su planta gritándose, lo de abajo por su ausencia, los de arriba en sus asuntos, pensó que quizás más tarde iría a hacerles una visita, siempre y cuando tuviera suerte y llegaba a casa con la cartera más llena. Ahora solo tenía en mente comer algo y beber una cerveza fría que le aliviara el calor y le quitará el sabor oloroso de éter que aun arrastraba. A pesar de vivir en un cuarto, siempre bajaba por las escaleras, las excusas se fueron acumulando para prescindir del ascensor, primero, fue su timidez hacía los desconocidos diarios, luego el evitar que alguien oliera su delincuente aliento.

Mientras bajaba vio a una vecina del segundo, delgada, morena, dependiendo de donde se encontraran se conocían en mayor o menor medida, en aquel lugar sobraba con un simple saludo descuidado. Salió a la calle, hacía un sol que fundía el hierro, resopló y se apresuró con paso ligero al bar de enfrente.

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Gritó Casshern25 a las 12:23 a. m.

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